La agonía de Torrelaguna

Artículo publicado por Luis Hernández Alfonso el 16 de julio de 1932 en la revista «Estampa». Debemos su localización al profesor Agustín Miranda Armas, administrador de la Minikpedia, a quien va todo nuestro agradecimiento. Texto, titular y fotografías proceden de la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

Un pueblo digno de mejor suerte. La agonía de Torrelaguna

Propósito

No intentamos «descubrir» Torrelaguna; sabéis, como nosotros, que es un pueblo de dos mil quinientos habitantes, cabeza de partido judicial, que está a cincuenta y ocho kilómetros de Madrid, muy cerca del río Jarama, y no lejos del Lozoya, que se alza en la ladera del cerro de Calerizas. Y que no tienen ferrocarril. Pero…

El pueblo en la llanura...

El pueblo en la llanura

El automóvil nos aleja de Madrid. Dejamos atrás la típica barriada de los Cuatro Caminos, Fuencarral, Alcobendas, San Sebastián de los Reyes, Fuente del Saz, Valdetorres, Talamanca… La llanura castellana, sobria, dura, monótona e impresionante por su ruda desnudez, desfila ante nuestros ojos como algo inacabable. De vez en vez se recorta en el horizonte diáfano la silueta de una torre de iglesia. Por los senderos, algún campesino camina como un tuareg entre los arenales del Sáhara.

Apenas si algunos árboles, no muy frondosos, en fila, espaciados, como diezmada guerrilla de un ejército derrotado, señalan el paso de un mezquino arroyuelo. Aquí y acullá, casas parduzcas que casi se confunden con el terruño.

Mas he aquí que el panorama varía. Campos bien cultivados bordean el camino. El «auto» avanza ahora bajo el ramaje tupido de unos árboles vigorosos que semejan tropas cubriendo la carrera. El agua ha hecho milagros.

Y de repente nos hallamos, casi sin darnos cuenta, en una amplísima y soleada plaza, a cuyo fondo un arco vetusto —el del Coso— parece una argolla que sujeta la carretera. Plaza típica, una antigua fuente frente a la fachada venerable de un palacio de amarillentas piedras varias veces centenarias.

El pósito del trigo, fundación de Cisneros, está perpetuado en la piedra. La agonía de un pueblo

Recorremos las calles. Abundan en ellas los edificios de añosa piedra, casas solariegas de linajudas familias. Sobre muchos arcos evocan el pasado los blasones mutilados, las cimeras corroídas por la humedad, ennegrecidas y profanadas por el polvo de varias centurias.

Muchos de esos pórticos de indudable mérito arquitectónico han quedado para servir de acceso a sucios corrales. Otros, cerrados desde lustros, no tienen detrás sino ruinas: columnas derribadas, escaleras hundidas, muros derruídos. Calles hay donde la mitad de las casas están abandonadas. Impresiona tristemente esta decadencia de un pueblo que tiene elementos sobrados para ser población progresiva y floreciente.

¿Cómo, habiendo excedido en otras épocas de cinco mil habitantes, apenas si cuenta ahora con la mitad? El veterano maestro nos informa amablemente. En sus palabras hay una mezcla de amargura y de indignación. Los campos son de personas que no viven en Torrelaguna, y que sólo se ocupan de ellos para cobrar el canon estipulado. Viven en Madrid y gastan sus redimientos en la capital. Los colonos, trabajando constantemente, sólo consiguen un pobre salario.

...vida sin horizontes ¡en la región de más dilatados horizontes de España!

El hambre pasa muchas veces por el pueblo. Es la tragedia de casi todos los lugares castellanos. Campos feraces, ricos, de ubérrimas cosechas, y campesinos míseros que arrastran una vida sin horizontes ¡en la región de más dilatados horizontes de España!

Ante nosotros se alza una hermosa iglesia, enteramente de piedra...Las piedras torrelagunenses

Ya no hay lagunas ni torres en Torrelaguna. Aquéllas se secaron y éstas se cayeron. Unos trozos de muralla —en pie por verdadero milagro de equilibrio— nos recuerdan el rasgo de los que ofrecieron al rey Juan el regalo de unas fortificaciones hechas a costa de la población. Hoy no podrían hacer lo mismo.

Llegamos a la plaza del Ayuntamiento y nos detenemos, asombrados. Ante nosotros se alza una hermosa iglesia, enteramente de piedra, con su espadaña de extraordinaria elegancia y una puerta de serena belleza y severidad. Es el templo parroquial, reedificado a expensas del cardenal Cisneros y donde yacen los restos de grandes hombres, muy distintos en vida y ya iguales en la muerte: el inquisidor Vélez y el poeta Juan de Mena. Si grandes fueron ellos, no es indigno de su fama el panteón que guarda sus cenizas.

Detalle macabro

Uno de nuestros acompañantes nos señala una ventana enrejada que se abre a pocos centímetros del suelo del presbiterio, en el lado derecho del altar mayor (visto de frente). Nos aproximamos con curiosidad. Es una especie de nicho; la persona que nos ha hecho la indicación mueve una mano por entre los barrotes y levanta una tabla o plancha. Experimentamos penosa impresión al ver un confuso montón de huesos, entre los cuales creemos percibir que una calavera nos mira con sus vacías órbitas.

Son los huesos de Juan de Mena. Cualquier día, un turista extranjero, de estos que están desmantelando España sin que nadie lo impida, se llevará los restos de una de las más grandes figuras del parnaso patrio, para enriquecer un Museo de Inglaterra, de Alemania o de los Estados Unidos.

Vemos que encima de los restos hay un sobre; lo extraemos del nicho y hallamos en el interior un curioso documento. Es un acta fechada en 1869, donde se hace constar que por orden de la Junta provisional, ante el Cabildo torrelagunense, reunido en sesión solemne, se procede a sacar de su sepulcro los restos del gloriosísimo poeta don Juan de Mena, para trasladarlos al Panteón de hombres ilustres de Madrid.

El documento aparece firmado y sellado, y en él se indican las personas designadas por el Cabildo para que custodiasen el depósito hasta su entrega a las autordades nacionales. Pero es el caso que allí, en Torrelaguna, a merced de cualquier cleptómano de antigüedades que aproveche un descuido, están los huesos del que fue gran poeta cuando España iba a empezar su época de glorias bélicas.

...una cruz de piedra, rodeada de verja. Allí estuvo la casa natalicia de Cisneros...La casa de Cisneros

En la plaza de la Constitución de alza una cruz de piedra rodeada por una verja. Allí estuvo la casa natalicia de Gonzalo Ximénez de Cisneros, que después cambió su nombre por el de Francisco; fue arcipreste de Uceda, capellán de Sigüenza, fraile franciscano, confesor de Isabel la Católica, arzobispo de Toledo, cardenal, comisario apostólico y regente de España.

Allí, en 1436 y de familia de posición humilde, nació aquel hombre genial (en sus méritos y en sus defectos) que llena más de un cuarto de siglo de la historia hispana.

El presente y el porvenir de Torrelaguna

Angustia ver que un pueblo enclavdo en fértiles tierras, bañadas por dos ríos, bien cultivadas, agonice lentamente. Las casas, abandonadas y en ruinas, impresionan dolorosamente. Torrelaguna, que tuvo en otros tiempos cerca de seis mil habitantes, hoy cuenta con menos de la mitad, y aun esos viven en constante penuria. Escasea el trabajo; muchas familias dependen de la Dirección del Canal del Lozoya. El viejo maestro don Severino Quirós nos cuenta, con voz conmovida, los detalles de esta agonía, análoga a la de otros muchos pueblos españoles, víctimas del caciquismo y de los abusos del derecho de propiedad, ambos unidos estrechamente para tormento de los que nada pueden ni poseen nada.

...un pueblo, enclavado en fértiles tierras, bañadas por dos ríos, agoniza lentamente.

Torrelaguna merece vivir. Es una población de historia gloriosa, de abundantes recursos naturales. Necesita «acercarse» a Madrid, relacionarse constantemente con la capital y crear con ella un trato continuo para que cese su aislamiento y aumente su industria y su comercio.

Para todo eso no le basta a Torrelaguna tener una buena carretera.

Necesita un ferrocarril. Jamás el automóvil —por ahora al menos— tiene la trascendencia creadora que hace de las vias férreas elemento primordial del progreso.

Los Poderes públicos no deben desoír el clamor de las poblaciones que, abandonadas a su suerte y viendo disminuir sus medios de vida, piden al Estado lo que éste tiene el deber ineludible de darles.

Luis HERNÁNDEZ ALFONSO

(Fotos Vera Marrón.)

~ por rennichi59 en domingo 31 octubre 2010.

2 respuestas to “La agonía de Torrelaguna”

  1. Buenos días, me he alegrado mucho al descubrir este artículo sobre Torrelaguna por la Red y el buen blog que teneís montado sobre vuestros antepasados.
    Soy de Torrelaguna y tengo un blog: «Crónicas de Torrelaguna», con poner el título suele aparecer sin problemas por la red. Me gustaría me dierais permiso para reproducir el texto íntegramente en mi blog, con una pequeña biografía sobre vuestro abuelo, es interesante para ver como se sentía el pueblo en esos años.
    Un cordial saludo.

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  2. Estimado Eduardo: Me alegro muchísimo de tu comentario. Como administrador de esta bitácora, tienes no sólo mi permiso, sino mi agradecimiento, por publicar el artículo que escribió mi abuelo sobre Torrelaguna. Si tú me das el tuyo, pondré como enlace tu blog en «Los Hernández».
    Me pasaré en cuanto pueda por «Crónicas de Torrelaguna».
    Gracias por todo y un saludo muy cordial.

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