Rodríguez Márquez, Luis

Luis Rodríguez MárquezNacido en Bilbao el 15 de enero de 1909 en el seno de una familia de artistas líricos, Luis Rodríguez Márquez militó, ya en Madrid, en la Juventud Republicana Presidencialista: firma, en efecto, como miembro de ésta una réplica publicada el 16 de junio de 1928 en la Sección «Vida joven» del diario madrileño «La Libertad».

Funcionario por oposición de la Diputación de Madrid durante la República, al estallar la Guerra Civil pasa a ocupar un importante cargo en el SIM. El final de la contienda lo sorprende en Levante, donde empieza su largo y penoso recorrido carcelario, que lo llevará desde el terrible Campo de los Almendros hasta el penal de Ocaña, pasando por las prisiones madrileñas de Conde de Toreno y de Yeserías. En la cárcel desempeña labores clandestinas de enseñanza entre los presos. Condenado a muerte por el régimen franquista, ve conmutada su pena en la de 30 años y es puesto en libertad en 1946.

Al haber sido víctima de depuración en su calidad de funcionario, se ve obligado a repetir sus estudios mercantiles realizados antes de la Guerra, alcanzando el título de intendente mercantil, al tiempo que se gana la vida como contable en una sastrería. Sólo treinta años después, ya en vísperas de su jubilación, vería reconocida su condición de funcionario.

Persona culturalmente inquieta, Luis Rodríguez Márquez frecuentó el Ateneo de Madrid y dejó escritas varias obras de carácter literario (poesía, novela, zarzuela…), que permanecen por el momento inéditas.

Falleció en Madrid el 15 de mayo de 2000, dejando como ejemplo y legado su amor al estudio y, sobre todo, la tolerancia y el perdón.

(Debemos la información gráfica y biográfica acerca de Luis Rodríguez Márquez a su hija, Pilar Rodríguez Hillán, y a su nieto, Fernando Codina Rodríguez, a quienes agradecemos muy de veras su amabilidad).


2 respuestas to “Rodríguez Márquez, Luis”

  1. a veces, rsulta un poco extraño, leer la biografía de un ser querido, cuando han pasado tantos años… y, sin embargo, al leer otra vez las palbras, sientes un poco más cerca al abuelo perdido… y eso es algo que no tiene precio…

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  2. ¡Cuánta alegría producen esas palabras de un nieto! ¡Y qué gran estímulo suponen para proseguir esta pequeña labor de resucitar algo de esa memoria biográfica e histórica que yace en hemerotecas y archivos cubierta de polvo, como el arpa de Bécquer!
    Gracias de todo corazón.

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