Héroes

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Artículo publicado por Luis Hernández Alfonso el 30 de septiembre de 1936 en la sección «Film de la guerra» de la revista «Mundo Gráfico». Texto, titular y  fotografía proceden de la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.

Mientras las baterías —leales y rebeldes— llenan de estrépito los barrancos y las cumbres de la serranía, nos afanamos en reunir y ordenar un buen número de libros con los que ayudar a nuestros camaradas a pasar las larguísimas horas de tedio en las posiciones avanzadas. Es éste un aspecto de la lucha que el Ejército popular no ha olvidado. Y hétenos en plena labor.

Hemos recibido una oferta del Comité de un pueblo, y, en consecuencia, a ese pueblecito nos trasladamos varios compañeros del servicio Prensa y Cultura.

La mañana es magnífica. El aire fresco de otoño —que ya aquí no hay verano— satura el valle por el que se desliza la carretera. Desde ella vemos cómo caen y estallan los obuses, levantando un penacho de polvo y humo. Más lejos, hacia las crestas del monte, siguen ardiendo los pinares; por la noche, el incendio impresiona: es una serie de líneas de un rojo brillante que parecen cortar las tinieblas en anuncio del aquelarre.

Queda a nuestra espalda un pueblo, y poco más tarde, el automóvil penetra, ahuyentando perros y espantando gallinas, en otro. Los edificios están intactos. No llega allí el estampido de los cañones. Todo es paz y quietud. En una plaza hay mesas, junto a las cuales unos vecinos charlan animadamente y oyen la radio. Casi en aquel momento olvidamos que hay guerra, que pocos kilómetros más allá silban las balas sembrando la muerte.

No obstante… En la plaza desembocan algunos hombres armados; milicianos de la localidad que ejercen la vigilancia de retaguardia, tan necesaria, tan imprescindible en todas las guerras, y muy especialmente en las civiles, donde no siempre son amigos los que se lo llaman; donde puede haber un espía en la casa misma en que comes o duermes.

Hablamos ahora con estos buenos camaradas mientras bebemos un vaso de cerveza fría —¡oh regalo inapreciable en campaña!— y nos acaricia el oído la grata melodía de un vals vienés.

Naturalmente, la conversación recae en los incidentes de la guerra. Conocemos los antecedentes, y no dudamos del resultado. Necesitamos, en cambio, el detalle, lo que no todos vemos.

—Por aquí pasaron el primer día —nos informa un lugareño curtido por el aire y quemado por el sol—. Iban en muchos camiones. Nos quedamos sorprendidos. Vitoreaban a la República, y no sabíamos qué hacer. ¿Eran amigos o adversarios?

—Pero un muchachito… —interrumpe otro aldeano.

—Sí; pero un muchachito de los que venían en los camiones —continúa el narrador— fué echando unos papelitos, que decían: «Somos sublevados». ¿Os dais cuenta del valor que se necesita para escribir y echar esos avisos, rodeado de enemigos, yendo con ellos? Gracias a esa advertencia detuvimos a dos de los coches y nos apoderamos de sus ocupantes. Avisamos a quien convenía, y ya no pudieron pasar más. ¡Bravo muchachito! ¿Qué habrá sido de él?

Durante unos minutos permanecemos silenciosos, como en espontáneo homenaje al soldado que no vaciló en arriesgarlo todo por cumplir su deber.

Una mujer muy joven se aproxima. Lleva en brazos a una niña de dos años, rolliza y bonita como una muñeca; la criatura, con ese fino instinto que parece permitir a los pequeñuelos advertir la presencia de un amigo, nos mira sonriente y jovial.

—Son la compañera y la hija de otro valiente: de Jesús Corredera. Ahora está en el frente, allá arriba.

Y nuestro informador señala hacia el puerto y las crestas, que a nuestra izquierda cierran muy próximo el horizonte.

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* * *

Emprendemos el regreso con cerca de doscientos libros en el maletero del coche. El Comité y el maestro del pueblo —un hombretón simpático, republicano ferviente— han puesto a nuestra disposición cuantos volúmenes podían ser convenientes para la Biblioteca circulante que organizamos.

Mientras el vehículo nos reintegra velozmente a nuestra base de operaciones, recordamos el gesto abnegado y gallardo del muchachito aquel que echaba papelitos en la ruta de los sublevados.

Al entrar, grupos de milicianos nos saludan alegremente, puño en alto. Pertenecen a nuestro ya glorioso batallón. Lucharon como bravos en la magnífica acción de Peguerinos, donde su intervención, valerosa, abnegada, fué decisiva. Son los héroes anónimos, para quienes la lucha no es una satisfacción —llevan en su alma un amor inmenso a la paz entre todos los hombres del Universo—, sino un deber, que cumplen con fervor. No han querido ni quieren la lucha; han proclamado siempre la fraternidad humana. Pero cuando se les ha atacado en lo que más quieren, en su libertad, en su derecho a vivir como hombres; cuando se les ha querido convertir en bestias aherrojadas, se han lanzado al campo, armas en la mano, frente alta y corazón sereno, dispuestos a cumplir su lema de «¡No pasarán!».

Luis HERNÁNDEZ ALFONSO

Frente del Guadarrama, Septiembre.

~ por rennichi59 en domingo 9 diciembre 2012.

2 respuestas to “Héroes”

  1. El Regimiento de Transimisiones de El Pardo se fue a Segovia tras un par de días de titubeos sobre sublevarse o no. Quizá el pueblo sea Villalba, donde se verían la línea de combate, o Navacerrada, aunque donde se descubrió el pastel y se tomó un camión fue en Colmenar Viejo.

    Saludos, no se escribe, pero se tiene en fuentes.

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  2. Muchas gracias por su comentario. Lógicamente no daría el nombre del pueblo por motivos tácticos. Ahora bien, con lo que dice Ud. y teniendo en cuenta que mi abuelo, según se ve por los reportajes que envió desde el frente para «Crónica» entre agosto y octubre de 1936, pertenecía al Bón. «Octubre», cuya base de operaciones estaba en Cercedilla, y que estaba comandado por Etelvino Vega, las posibilidades se restringen, a mi modo de ver, a alguno de los pueblos de esa zona. Habría que consultar más fuentes sobre la huida del Reg. de Transmisiones. Curiosamente, buscando por Internet eventuales datos de Jesús Corredera, he encontrado a algún homónimo, posible descendiente, en los años ochenta como concejal de Cercedilla. Lo que me intriga es haber encontrado, en la época de la Guerra, a un Jesús Corredera González, nacido en un pueblo de Salamanca pero residente precisamente en Cercedilla, ¡pero al que se lo recuerda entre los caídos del bando nacional en la cruz de su pueblo natal! Posiblemente algún día averiguemos algo.
    Gracias una vez más por su aportación y por seguir leyéndonos.
    Saludos.

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